sábado, 22 de septiembre de 2007

El día del Cristo

El día del Cristo en Cangas es el más importante del año. Último domingo de agosto, al final del verano.
Cuando era niña recuerdo que mi madre nos ponía a mis hermanas y a mí un nuevo vestido para ver la procesión. Hay que ir "de estrena", decía y Pilar nos vestía en la vieja habitación del caserón de piedra que olía a humedad y a madera y a galán de noche y a mar. A mí la última, ya casi en la escalera... no sé qué hacer con esta niña, seguro que ni aún así llega limpia a la calle, si es que no hace más que subirse por todas partes y revolcarse por el suelo, si es que tenía que haber sido chico, si ya lo decía mi padre, ya verás cómo viene el varón... y yo salía con mi vestido nuevo con el bajo descosido después de haberme deslizado por el pasamanos de la escalera de caracol con las horquillas de flores del pelo torcidas y a punto de caerse, y las puntas de los zapatos recién estrenados, llenas de arañazos, deseando ver los fuegos artificiales de la mano de mi padre, con su tomavistas grabando todo... Boas noites Don Manuel, mire que lle deixei un cariño en casa da sua nai, polo ben que se portou co meu home cando ingresou en Madrid... y Pilar nos veía desde el balcón de la casa de piedra riendo y saludando mientras llegábamos al atrio de la iglesia y nos reuniamos con mis tios y todos mis primos. Mi padre no paraba de sonreir guiñando un ojo y grabando sin parar, niñas mirar a la cámara y saludad, niñas juntaos con los primos, niñas poneos en la escalera a ver si salimos todos... pero papi no seas pesado ¡si todos los años es igual!, mira que ya sale el Cristo. Y mientras anochecía y se ponía esa luz mágica que he buscado en muchos atardeceres pero sólo he visto allí, salía la Virgen y el Cristo, y la gente encendía muchas velas y la banda tocaba a procesión, y un murmullo recorría las calles y entonces, mi padre, se ponía muy serio cogiéndome en sus brazos para que pudiera ver mejor y el cielo explotaba en luces en forma de palmeras y cascadas de colores mientras retumbaba todo a mi alrededor. Y yo me aferraba al cuello de mi padre escondiendo mi cara en su hombro deseando mirar sin poder hacerlo, temiendo que todo aquel cielo cayera sobre nosotros... no te lo pierdas cariño, si es muy bonito, no te lo pierdas bobita...
Ahora todo ha cambiado. Ya no hay vestidos nuevos ni horquillas de flores en el pelo (sólo intento ponerme algo decente que disimule la pérdida de mi cintura), ya no está Pilar saludando desde el balcón de la casa de piedra y sólo bajamos al atrio mi madre y yo, no hay nadie más... papá, qué pena que no puedas bajar con nosotras, qué mala suerte lo que te ha pasado, qué mala suerte papá. Sonrío junto a mi madre intentando hacer como si fuera otro año más... ¡si todos los años es igual papi!... qué mala suerte papá lo que te ha pasado. En el atrio ya no están mis primos, ni mis tíos, ni el tomavistas de mi padre... y yo cierro los ojos e intento buscar algo que al menos por unos segundos me sea familiar y respiro hondo intentando atrapar el olor a humedad y a madera y a galán de noche y a mar, papá que pena lo que te ha pasado. Y sale un año más la procesión... vámonos hija subimos y vemos los fuegos desde casa con tu padre... y al llegar veo a un anciano con la impotencia y la rabia reflejada en el rostro por la inmovilidad de su cuerpo... me voy a la cama... pero papá si empiezan los fuegos, y el cielo explota en luces en forma de palmeras y cascadas de colores y todo retumba a mi alrededor .Y yo, lo único que quiero es volver a tener ese miedo a que el cielo se desplome y así poder esconder la cara en el hombro de mi padre y oir su voz en mi oido... no te lo pierdas bobita, si es muy bonito... qué mala suerte papá, lo que te ha pasado, qué mala suerte.